La alimentación y nuestras emociones componen un binomio que frecuentemente funciona a la par. De cómo nos encontremos anímicamente dependerá qué nos apetece comer y, también, el hecho de habernos alimentado de una determinada forma influirá en cómo nos sintamos.
Nos enfrentamos a la comida de diferente modo si estamos estresados, aburridos o tristes, y esto puede suceder de manera consciente o inconsciente. Sin embargo, son conexiones complejas, y no es fácil determinar cómo es esta relación entre los alimentos que ingerimos y las emociones, qué se convierte en causa y qué se traduce en consecuencia.



